¿De qué socialismo estamos hablando? Debate sobre perspectivas y actualidad del socialismo

José Miguel Ahumada (Rumbo Colectivo), Pierina Ferretti (Nodo XXI) y Eugenio Rivera (La Casa Común) Foro realizado en noviembre de 2024

Introducción

¿Por qué abrir la discusión sobre la actualización del proyecto socialista hoy? 

Si miramos cualquier “termómetro” de la realidad política —los medios de comunicación, las redes sociales o las conversaciones cotidianas— el debate sobre la actualidad del proyecto socialista puede parecer bastante ajeno, casi inoportuno. Ante el carácter vertiginoso que hoy asume el debate público, cualquier esfuerzo desde las izquierdas de vincular su actividad política cotidiana a una pregunta más detenida por los proyectos de sociedad, los horizontes de futuro, o a lo que se ha dado en llamar las “batallas ideológicas”, parece caer demasiado lejos de las urgencias del presente.

Sin duda, es cierto que —tal como revelan varias investigaciones— las formas actuales de politización de la ciudadanía son muy lejanas a las adscripciones ideológicas tradicionales, a los mapas de identidad y los proyectos políticos que conocemos. Sin embargo, en vez de traducir estas nuevas condiciones como un punto de partida con el que trabajar para la revitalización de proyectos de sociedad, en los espacios de la opinión pública tal diagnóstico tiende a traducirse más bien como un inevitable punto de llegada.

En este contexto, uno de los motivos que anima a Revista Rumbo es la idea de que los centro de pensamiento progresistas y de las izquierdas tienen una importante tarea no solo en la construcción de propuestas de políticas públicas sólidamente diseñadas, técnicamente sustentables, sino también en generar espacios de conversación que incentiven debates sobre los sentidos políticos que están en juego, la disputa entre proyectos de sociedad que tiende muchas veces a quedar desplazada de la atención pública ante disputas de pequeña escala pero con gran resonancia.

Precisamente entre tales esfuerzos, se encuentra la tarea de revisitar la herencia político-intelectual de las izquierdas, volver a discutir la vigencia de su legado ―con sus aciertos y debilidades― para el presente. En más de una ocasión se ha visto a sus nuevas expresiones bajo la imagen forzada de una ruptura con la rica y diversa tradición político-cultural de las izquierdas. Por el contrario, interesa abrir la discusión de cómo las izquierdas actuales se apropian también de su legado histórico, de sus aprendizajes y errores, tanto en tiempos recientes como a lo largo del siglo XX.

Dentro de ese marco, uno de los principales temas que necesariamente emerge es la pregunta por la actualidad del proyecto socialista, su relevancia no solo como utopía u horizonte de largo plazo, sino también como objetivo que permite guiar las tareas más cotidianas del presente. Junto con ello, otras dos motivaciones importantes animan esta conversación sobre el socialismo. 

En primer lugar, el proceso de fusión partidaria del Frente Amplio —y, en particular, la inclusión del socialismo como uno de sus principios — abre un espacio para la necesaria revitalización de estas preguntas, para ensayar hipótesis y delinear caminos de futuro, para una crítica necesaria pero también solidaria con nuestra propia práctica política y con el momento histórico que habitamos. Y, en segundo lugar, el contexto más general de crisis de las democracias, con las dificultades a nivel global que hoy enfrentan las izquierdas para articular promesas de futuro que sean capaces de hacer frente al avance de las fuerzas autoritarias y las derechas radicales.

Para ello, invitamos a José Miguel Ahumada (Rumbo Colectivo), Pierina Ferretti (Nodo XXI) y Eugenio Rivera (Fundación La Casa Común) a abrir una conversación en torno a las perspectivas y actualidad del socialismo. La conversación abordó dos preguntas principales: por una parte, la pregunta por los desafíos que supone una revitalización del proyecto socialista, y por otra, la pregunta por el significado de hacer política socialista hoy, esto es, no sólo en términos de las tareas propias de un horizonte estratégico de largo aliento, sino también de aquellas del día a día.  Esperamos, en fin, que esta conversación sirva para motivar muchas otras conversaciones. 1

Primera parte: 

Desafíos para una revitalización del proyecto socialista 

Eugenio Rivera 

Pienso que hay al menos cuatro temas que hacen necesario una recreación del proyecto de las izquierdas. 

En primer lugar, me parece que estamos en una situación muy difícil porque la experiencia de la Unión Soviética y del campo socialista, ese esfuerzo por superar el capitalismo mediante la estatización de los medios de producción y de la propiedad en general, la eliminación del mercado como sistema regulador de la sociedad y una planificación muy centralizada (y, podríamos decir, dictatorial), fracasó rotundamente. Cuando la sociedad demandaba mayores bienes de consumo, un consumo más sofisticado, se da la situación de que la economía colapsa. Colapsó el socialismo realmente existente de dos modalidades: por una parte, el colapso de la URSS que transitó hacia un capitalismo salvaje, y por otra parte, la experiencia de China, que apostando transformarse en el centro industrial del capitalismo, pasó a ser una sociedad que combinaba una forma de producción capitalista con una fuerte presencia del Estado. Entonces, este es un primer problema, pues de alguna manera lo que era nuestro horizonte desaparece como tal. Por eso esta idea de que hoy es más probable imaginar el fin del mundo que del capitalismo.

En segundo lugar, tenemos como referencia la propuesta de Salvador Allende, no solamente una vía distinta al socialismo, sino también una sociedad como punto de llegada distinta a lo que ya existía en el campo socialista. Esto generó un proceso de renovación en los años setenta y ochenta, en primer lugar como continuidad del proyecto de Allende, y en segundo lugar, fue retomado por el eurocomunismo que se empezó a alejar de lo que era el mundo socialista. En ese momento lo que se puso en cuestión fue una serie de concepciones que predominaban en la izquierda chilena frente a la historia democrática del país. Básicamente desde el año 32 hasta el año 73, la izquierda no hablaba de una democracia en toda su complejidad como producto de todas las luchas populares, sino que hablaba de democracia burguesa, de democracia procedimental o formal. Pero la experiencia de la dictadura nos hizo ver derechamente la gran diferencia entre la democracia que teníamos y la experiencia del terror que vivimos durante 17 años.

Sin embargo, esa recuperación democrática desde la propuesta socialista fue insuficiente, pues suponía que lo que había ocurrido en la URSS o China era una especie de anomalía de fácil solución. Sin embargo, estudios como los de Hannah Arendt con el famoso libro “Los orígenes del totalitarismo” o de Claude Lefort, nos dicen que no es solo por un afán histórico que debemos estudiar los casos del socialismo realmente existente, sino que es muy importante para entender la democracia.

Lefort afirma que en la modernidad no existe figura alguna que pueda encarnar la unidad de una sociedad, como ocurría en el pasado cuando el monarca, el rey, en su carácter casi divino representaba la identidad y la unidad de la sociedad. Eso terminó con la Revolución francesa, pero lo que fue el socialismo realmente existente fue el supuesto de que expropiando y estatizando se termina con la propiedad privada y, con ello, con las contradicciones sociales. El partido representaba   aquello que antes encarnaba el monarca, la unidad, del conjunto del pueblo. Lo que dice Lefort, en último término, es que la democracia como autogobierno es fundamental, pues la sociedad se caracteriza siempre porque hay divisiones, es una sociedad dividida y la forma de resolver estas divisiones es la profundización de la democracia. Por eso digo que el tema democrático es fundamental, es necesario retomar la crítica de la renovación socialista y profundizarla. 

En tercer lugar está el economicismo que ha caracterizado a buena parte de la izquierda. Aquí hay algunas discusiones, pues algunos dicen que no es tan importante hoy y estoy de acuerdo. Esta idea economicista de pretender explicar todo en base a las contradicciones económicas se ha debilitado, pero está como música de fondo que orienta lo que pensamos. Pensemos lo que fue el proceso constituyente y lo que pasó ahí, se dice, fue una contradicción entre el capital y el trabajo, cuando en realidad ese proceso representó un conflicto extraordinariamente complejo que involucró a muchos grupos, muchas visiones de mundo, de la vida buena y muchos intereses. Axel Honneth escribió un libro en 2015 donde se pregunta qué es el socialismo. Y dice que tras la Revolución francesa, la izquierda, los trabajadores, el proletariado, vieron que la libertad que prometía no era una realidad, era sólo la libertad de la propiedad privada. Y en ese sentido se impuso dentro de la izquierda que si se acaba la propiedad privada se acaban los problemas. Ahí está la base de lo que fue la crisis de los socialismos realmente existentes, pues se proponía transformar las relaciones económicas perdiendo de vista que hay también otros ámbitos sociales para impulsar la igualdad, la libertad y la fraternidad.

Y, en cuarto lugar, está el socialismo en relación con las luchas feministas, ecologistas, antirracistas y otras. Desde la izquierda se sostiene que esas demandas deben ser incorporadas a la lucha socialista, pero la experiencia deja en evidencia que no es suficiente con que la izquierda sume estas luchas, sino que el desafío es mayor: se trata de entender que la comprensión, compatibilidad y convergencia de esas luchas exige cambiar las miradas del mundo, y que la articulación de ellas en un proyecto político común no siempre es fácil, que depende de las coyunturas, de las exigencias de la acción política. Y en ese sentido la posibilidad de articular las distintas luchas en un proyecto común no es un problema automático ni que se de naturalmente. Hay permanentes contradicciones, por ejemplo, entre lo que puede ser una demanda ecologista radical con la necesidad de asegurar el empleo o la satisfacción de necesidades básicas. Y ahí nuevamente la deliberación política, democrática, es lo que permite en este múltiple y multifacético movimiento lograr converger en un proyecto político. Y eso implica deliberación, profundización democrática en el país y naturalmente en el partido.

José Miguel Ahumada

Creo que si nos preguntamos qué entendemos por socialismo, no vamos a tener una respuesta muy similar. Algunos dirán que el socialismo puede ser la consolidación de un Estado de bienestar, el avance de los derechos sociales o un Estado activo a la hora de solucionar los problemas de distribución que genera el mercado. Los más nostálgicos dirán que corresponde a la planificación centralizada pero con espacios democráticos; otros dirán que es el control democrático de los activos económicos, como lo fue la experiencia yugoslava. Finalmente, algunos que es el control comunal desde espacios locales, ir construyendo una economía democrática y autogestionada. Entonces, hay varias definiciones de lo que es socialismo. Y creo que tenemos que establecer principios generales que nos permitan identificar cuáles son los puntos claves que tienen estas diferentes visiones. 

También creo que estas preguntas no son meramente intelectuales y abstractas, sino que también tienen impacto concreto en las discusiones públicas. Aquí recuerdo uno de los temas interesantes que planteaba el diputado Gonzalo Winter, cuando decía que hay que volver a la discusión ideológica. Decía que si nosotros consideramos que los impuestos son un robo, una expropiación arbitraria de nuestro legítimo derecho de poseer riqueza, es de perogrullo que nadie defenderá los impuestos. De forma tal que la discusión respecto al vocabulario sobre el cual establecemos la discusión pública afecta a los resultados que vamos a tener. 

Si uno pudiera identificar en la tradición socialista clásica chilena el elemento central que ha defendido y justificado gran parte de las  reformas que empujó durante la historia, diría que es la protección de la libertad. Cuando se habla de ‘emancipación’ de los trabajadores, por ejemplo, se trata de ‘soltar la mano del padre’, de ser autónomos, ser libres. Creo que es momento de que, como socialistas, defendamos la libertad, en contra de los impostores que plantean asociarla a reducir el Estado, de la política, los impuestos, etc. Hay que disputar esa idea. 

Entonces la pregunta es: ¿Qué entendemos por libertad?

La tradición socialista chilena, aquella que se opuso al totalitarismo soviético y defendió la democracia como principio de acción, entendía que la libertad era una creación institucional económica y política que implicaba vivir sin estar bajo el capricho, bajo la mano arbitraria de un poderoso. La libertad, como en la tradición romana clásica, es lo contrario a ser esclavo, vivir sin estar bajo la voluntad arbitraria de un templo, un trono o una burocracia. Esa idea de libertad como un vivir de forma independiente, sin estar bajo el capricho de un poderoso, es lo que justifica por qué el socialismo defendía la democracia, pues una de las primeras victorias del movimiento socialista fue el voto universal, la eliminación del voto censitario. Esto bajo el principio de que si queremos que las leyes que rigen nuestra vida social no sean arbitrarias e impuestas por poderosos, estas deben emerger desde la discusión pública de nuestros representantes, y eso implicaba crear  una arquitectura democrática. En esa defensa de la democracia los socialistas nos encontramos con los liberales progresistas o con el liberalismo político. 

Pero creo que la tradición socialista  no solamente afirma que la democracia política es una condición de libertad, sino también señala que ese proyecto queda trunco y es limitado si solo se queda en el sentido político. Es decir, si solo defendemos la idea de una república sin eliminar las trabas arbitrarias en la dimensión económica y social, esa república corre el peligro de transformarse en un papel mojado que oculta relaciones de dominación oligárquicas. Considero que gran parte de los problemas de la democracia hoy tienen que ver con que ésta estado no ha logrado controlar las relaciones oligárquicas en la dimensión económica.

Cuando la tradición socialista afirma que hay que ir más allá de la libertad política y expandirla a la dimensión económica, lo hace porque tiene una visión particular de la economía política. Para la tradición socialista, en la economía también existen actos de dominación, también se dan relaciones de actores que viven bajo el capricho de poderosos, no poderosos políticos, sino “monarquías económicas”, como los definió Roosevelt. 

Y hay varios argumentos de por qué los socialistas consideramos que en el espacio económico el capital ejerce relaciones de poder. En primer lugar, ejerce un control centralizado y vertical sobre la misma producción, esto es, la típica problemática marxista del capital-trabajo, que sigue teniendo vigencia hoy después de décadas de austeridad y neoliberalismo. 

Un segundo elemento es que el capital también tiene un control sobre las inversiones agregadas en la economía. Noten en las discusiones de las reformas tributarias, ¿cuál es la primera amenaza? “Si ustedes suben los impuestos va a caer la inversión”.  Esa es una forma de amenaza por parte del capital para controlar el proceso político democrático. Y eso sucede en cualquier discusión tributaria o laboral, donde hacen explícito el control que ejercen no solamente sobre la producción, sino en la demanda agregada de la economía, vía la dirección de la inversión. 

Y el tercer punto es el control que ejercen sobre todo este conjunto de mecanismos políticos, tanto formales como informales, aquello que Antonio Cortés Terzi denominó como los circuitos extrainstitucionales del poder. Aquí el capital intenta controlar y mermar el proceso de la discusión democrática de una república, a través de monopolizar los mecanismos de toma de decisiones políticas. Creo que con los hechos políticos que hemos visto los últimos meses de nexo entre el dinero y la política, no hay que dar más argumentos al respecto. 

También hay un cuarto elemento, donde el control del capital sobre la naturaleza y su mercantilización tiende a someter las dinámicas naturales a los criterios de maximización. Finalmente, hay otra dimensión de relaciones de poder y de control arbitrario que es la esfera de la economía reproductiva, la esfera de la economía doméstica. 

En último término, el terreno social y económico es un espacio donde se intersectan diversas relaciones de dominación. El socialismo, así visto, puede ser entendido como la eliminación de todas esas relaciones de dominación a partir de la expansión del principio democrático republicano. 

Así visto, la discusión de la democratización de la economía implica la expansión de este principio de la libertad como no dominación a estas esferas económicas y sociales, para que la idea de república tenga sentido y no sea un mero papel mojado donde están los actores poderosos y la vieja oligarquía. En este sentido, una definición mínima de socialismo sería a mi entender, una promesa de un orden político que no se basa en la determinación del dinero ni en el conservadurismo de las normas heredadas, sino en un acuerdo político el cual todos nos comprometemos a colaborar activamente para que nadie en nuestra sociedad viva bajo el control arbitrario de ningún actor poderoso. Organizar la vida social y política bajo ese principio, a mi juicio, es una forma bastante racional y razonable de organizar una sociedad. Eso es lo que podemos entender como un proyecto socialista o las bases que podría tener un proyecto socialista.

Pierina Ferretti 

Creo que cuando nos ponen a conversar sobre la revitalización del socialismo, hay implícito que en un pasado remoto el socialismo fue vital y que ahora habría que volver a darle vida. Y eso me lleva a pensar qué cuestiones nos diferencian de quienes pensaron el socialismo en el segundo tercio del siglo XIX, a principios del siglo XX, en Chile durante la mitad del siglo XX, en la Unidad Popular. Y creo que una de las grandes diferencias es que evidentemente enfrentamos otra etapa de penetración del capitalismo en esferas de la vida social, las que en el siglo XIX o a mitad del siglo XX todavía no habían sido colonizadas por las lógicas del capital y no eran esferas de producción de valor. O sea, a nadie se le hubiera ocurrido cobrar por el agua o por el uso de los caminos, por ejemplo. Ahora sí, eso y mucho más. Entonces, el nivel de avance del capital es importante.

También nos diferencia con otras izquierdas que pensaron en el socialismo en otro momento de la historia, el hecho de que cargamos ya con 100, 150 años de experiencias, de intentos, de fracasos, de aciertos y de derrotas. Y no solo de derrotas, sino de errores propios importantes, y no nos podemos deshacer así como así de la mochila, sino que tenemos que procesarla, cargarla y aprender de los errores del campo propio. No hacer como que el estalinismo es problema de otros y no nuestro. Como no podemos deshacernos de lo que está pasando en Venezuela, diciendo que es problema de otros. No podemos hablar de Venezuela como la derecha habla de Venezuela, porque es un problema que nos cae a nosotros mismos.

La última diferencia es que en algún momento, en el mejor momento del socialismo —pensemos en los años 60 o 70— era altamente probable que un trabajador, un campesino y los sectores populares se identificaran con la izquierda. Siempre hubo sectores populares que votaban por la derecha, pero pienso en el mejor momento del socialismo en Chile, en la Unidad Popular. Hoy día estamos asistiendo a un escenario donde las extremas derechas están llegando al poder por el voto popular. Y muchas veces sus bolsones de votos más importantes están en los sectores trabajadores o populares.

Entonces, ahí tenemos tres lugares que nos sacuden para pensar. Ahora, con toda esa historia encima, nos preguntamos: ¿por qué hablamos de socialismo?

Si hablamos de revitalización, pensamos también que, en algún momento, se vio un socialismo vital que convocó el consenso y la adhesión cultural, ideológica y política de amplios sectores de la sociedad. Si hablamos de revitalización es porque eso, en algún momento, se perdió. Y si bien ya lo mencionaron antes mis compañeros, creo que hay dos elementos básicos ahí.

Uno fue la pérdida del horizonte anticapitalista de parte de distintos sectores del socialismo del mundo y de Chile. Y, con ello, el abandono de la defensa y la lucha por las condiciones materiales de la clase trabajadora, de todos quienes vivimos de nuestro trabajo en sus distintas formas. Y, por otro lado, una reducción de la idea de la democracia a una cuestión procedimental.

Y ahora eso nos cae encima, cuando vemos que democracia y capitalismo —que parecían ser dos cuestiones muy compatibles—, en un momento de crisis como el actual, chocan. Y te das cuenta de que si quieres tomar decisiones, tienes un montón de instituciones, por ejemplo, transnacionales, que se oponen, a veces directamente, a la voluntad popular. Hay un montón de choques entre capitalismo y democracia. 

Entonces: ¿qué podemos revitalizar o recuperar de la lucha socialista en las condiciones actuales? ¿Qué cuestiones tenemos que rescatar hoy, que quizás no estaban tan claras en algún momento, o sí, pero las olvidamos en el camino?

Una, por supuesto, es la idea de libertad. José Miguel la mencionó, así que no me voy a referir a aquello.

Creo que hay una cuestión que estuvo en el corazón de las luchas obreras del siglo XIX y que hay que recuperar: la idea del tiempo. La lucha por las 8 horas de trabajo fue una lucha cuando las jornadas eran de 12 horas, 14 horas, 16 horas. La lucha por el tiempo libre es una lucha tremendamente actual. ¿Quiénes de nosotros no sufrimos pobreza de tiempo? Creo que esa idea de restarle tiempo de la vida al capital, que fue lo que originó esa lucha por las 8 horas, hoy tiene nuevamente una tremenda actualidad con el nivel de agobio que una gran parte de las y los trabajadores viven de manera cotidiana. La lucha por el tiempo libre es una lucha por la libertad. 

Pero para tener tiempo libre —y ahí viene una cuestión que debemos encabezar y liderar— tiene que existir una sociedad y una serie de instituciones sociales donde la cooperación social esté organizada de tal manera que podamos disponer de tiempo para escuchar música, jugar a la pelota, estar con los amigos. Si tú le dices a una persona “socialismo”, probablemente tenga asociaciones tremendamente negativas. Pero, si nosotros hablamos con las personas de tiempo libre, de pasar tiempo con la familia, de hacer un asado, de jugar a la pelota, de tener tiempo para perder y para gastar, probablemente nos entenderíamos mucho mejor y todos estaríamos de acuerdo.

Pero para lograr tiempo libre tienen que pasar una serie de cosas, y para eso existe la izquierda, existen los partidos y los sectores organizados. Para llegar a lograrlo. Como en la cuestión de los cuidados y un montón de otras cosas, el tiempo está socialmente distribuido de manera tremendamente desigual.

Así que me quedo con ese elemento para sumar a la lucha por la libertad y la democracia. Creo que la lucha por el tiempo es una lucha que debemos recuperar, que está en el origen de la tradición socialista y que hoy recobra actualidad.

SEGUNDA PARTE: 

Hacer política socialista hoy 

Pierina Ferretti

Voy a referirme a dos puntos que me parecen importantes para pensar qué es hacer política socialista hoy. Evidentemente, no son los únicos, pero son dos cosas que me gustaría recalcar. Uno tiene que ver con concebir la lucha política como la construcción de fuerza social y política para poder empujar un proyecto. Y lo segundo es la últimamente tan mencionada “batalla cultural”.

Partiré por esto último. Cuando nos dicen “batalla cultural”, como muchas veces lo presentó Podemos en España y, a veces, como nosotros también lo entendemos, nos da la idea de que tenemos que hacer podcasts, revistas, escribir columnas en los diarios. Que son cosas que sí hacemos: vamos a paneles, redactamos columnas, participamos en programas. Y está perfecto. Pero eso es una comprensión de la cultura como un área de las ideas, como si las ideas nacieran de ideas y las ideas discutieran con ideas.

Pero después nos encontramos con una realidad que nos ha hecho aprender por experiencia que las cosas no son tan simples. Por ejemplo, hacemos una propuesta constitucional, donde una de sus ideas centrales es la idea de un Estado social y democrático de derecho. Hablamos de un sistema nacional de salud y otro de educación. Y cuando vamos a hablar con las personas de los sectores populares, te dicen: “Ah, o sea, ahora van a colapsar más los consultorios porque todos van a estar obligados a ir al CESFAM y estarán más colapsados. Y ahora los servicios públicos van a colapsar. O los liceos van a ser peores que ahora con la tómbola”.

Entonces, las ideas que tenemos de cómo la sociedad debe ser, de lo que es bueno o malo, del valor de lo propio y lo colectivo, no se forman solamente, ni quizás principalmente, por la publicidad. Las ideas que tenemos de la vida se forman por la vida concreta y material que tenemos. Si tu vida y la de tu familia ha consistido en tener que deslomarse para poder tener la casa propia, mandar a los hijos al colegio, pagar un poquito más para que vayan al particular subvencionado, si todo eso ha ocurrido, tu filosofía práctica, tu manera de pensar, evidentemente tiende a las ideas rectoras de que uno se rasca con sus uñas, de que solo existe uno y su familia y de que el Estado no te ayuda. Porque quizás no eres lo suficientemente pobre para tener gratuidad o bonos, pero tampoco eres lo suficientemente rico para tener lo mejor.

¿Cómo hacemos una “batalla cultural” que no solamente se libra en el plano de la cultura? ¿Cómo logramos crear experiencias de vida que generen otras ideas en las que podamos creer? 

Cuando estaba haciendo campaña, y muchos quizás de los que estamos acá nos pasó un poco lo mismo, te dabas cuenta de que, al final, pedirle a la gente que creyera en ese proyecto constitucional era como pedirle que creyera en Dios. O sea, creer en algo que no conocen. La única experiencia de un bien universal no mediado por el dinero ha sido —corríjanme si no— la vacunación. La vacunación fue una experiencia de la universalidad, porque no podías pagar por la vacuna, no podías pagar por eso. Había para todos y no existía escasez, y el único criterio de piorización fue médico: el estado de salud, la edad, las probabilidades de contagio.

Eso fue una experiencia de lo universal. De algo que funciona, que alcanza para todos y por lo que no tenemos que competir. ¿Qué podemos hacer para que esa experiencia exista en múltiples dimensiones de la vida? Para que cuando le hablemos a las personas de Estado social de derecho y de derechos sociales, no estemos hablando de una entelequia desconocida, sino que estemos hablando de experiencias que se tienen y que, por lo tanto, se defienden. Y así como es la vacuna, puede ser la educación o también puede ser la salud.

Lograr eso me parece que es hacer política socialista. Esas experiencias de lo universal, de lo solidario, me parece que son las que nos faltan para que nuestras ideas no caigan en el vacío, ni parezca que le estamos pidiendo a la gente fe en una idea socialista. Ahí la “batalla cultural” adquiere también otra dimensión: una dimensión material.

Me parece que ahí tenemos algo que pensar: cómo podemos, por ejemplo, ahora que estamos en el gobierno, hacer que esa experiencia de lo universal, de lo solidario, de lo público, sea una experiencia virtuosa, deseable, y no una experiencia traumática o indigna que te haga desear lo otro: “Ojalá tener plata para poder acceder a lo otro, porque lo público es denigrante, malo, indigno”. 

Y creo que hay una dimensión no suficientemente calibrada por nosotros porque es muy difícil meterse ahí. ¿Cómo desde la izquierda somos capaces de producir las imágenes de la felicidad y de lo deseable? El mercado ha producido esas imágenes: qué es lo bueno, lo deseable, lo que nos da ganas de tener y por lo cual se mueve cielo, mar y tierra.

Un viejo amigo me dijo, por ejemplo, que los cubanos perdieron porque no comprendieron que la gente desea, aspira y desea cosas y por eso quiere irse a Estados Unidos. Creo que a nosotros nos hace falta una reflexión sobre el deseo y las imágenes de la felicidad, y las imágenes de aquello por lo cual serías capaz de hacer sacrificios. Las hubo en algún momento. Pertenezco a una familia que creció con imágenes de la felicidad muy claras, de lo deseable muy claro. La educación era el camino para vivir mejor, y mis padres vivieron mejor que sus padres precisamente por la educación. Y la familia lo daba todo para alcanzar esos carriles de la felicidad.

Y eso se ha resquebrajado. Y por eso hay fenómenos que ahora observamos con preocupación: una juventud que no encuentra en esos carriles tradicionales el camino para tener una vida digna, deseable y feliz. Entonces, la batalla cultural se entiende como una cuestión que también es material.

En segundo lugar, la cuestión de la fuerza. También la experiencia constitucional nos demostró que el camino de desarme de la arquitectura neoliberal es mucho más largo de lo que pensábamos, pues hay sectores económicos y sociales muy organizados en distintos niveles de la sociedad que lo sostienen. Nosotros no tenemos esa densidad. No hemos construido la suficiente penetración y fuerza social para sostener lo difícil que es un proceso de transformación con toda la oposición y resistencia que va a generar en los sectores que tienen intereses.

Pienso que a la izquierda —a la izquierda anterior a la nuestra, digamos— le tomó cien años llegar a la Unidad Popular. Unos cien años que estuvieron marcados por derrotas, represiones brutales. Pero de a poco, el campo popular chileno, los trabajadores, fueron desarrollando un proyecto de sociedad, de lo que era bueno, de lo que era deseable, de lo que había que construir, un proyecto autónomo de los trabajadores y las trabajadoras, y la fuerza para empujarlo.

Tampoco fue suficiente, pero fue el momento de mayor desarrollo de esa fuerza. Y creo que esa es la tarea que nos debemos plantear: la construcción de esa fuerza. De una fuerza social y política al mismo tiempo. Por eso somos un partido, para ser capaz de empujar las transformaciones que pensamos, en algún momento post-2019, que iban a ser más rápidas de lo que van a ser en realidad. 

José Miguel Ahumada

Voy a tratar de complementar lo que dijo Pierina y enfocarlo desde una dimensión más económica. 

Si uno analiza cuáles son los términos de la discusión sobre el crecimiento económico que se nos ha planteado como gobierno, a nosotros como partido, como izquierda, y el impacto que generan nuestras políticas en ello, creo que la respuesta que uno va a encontrar es algo más o menos como lo que sigue. Las reformas que se han intentado avanzar en el terreno económico y político a partir del segundo gobierno de Bachelet, habrían generado una inestabilidad política que ha impactado en una ralentización de la inversión, y por tanto, en un estancamiento económico del cual llevamos ya diez años. Por tanto, la poca capacidad que tiene el orden económico de generar riquezas y nuevas capacidades productivas, tendría como causa la inestabilidad producto de las reformas políticas y económicas que han generado los gobiernos progresistas.

De esta manera, lo que uno encuentra en el debate de la derecha en la prensa, es que lo que tenemos que hacer es retomar una agenda contra, por ejemplo, la permisología. Poner el énfasis en tratar de reducir la demanda de los permisos, tratar de flexibilizar aún más el mercado laboral, tratar de generar acuerdos bilaterales de inversión como Milei, por ejemplo. Ese tipo de reformas va a ser lo que va a generar que nosotros reactivemos el crecimiento económico; ergo, lo contrario a lo que nosotros consideramos que es lo que hay que hacer.

Creo que ese tipo de soluciones no solamente va a profundizar el estancamiento, sino que va a redistribuir en forma mucho más asimétrica las riquezas y los ingresos entre la población, generando una caída de la demanda, destruyendo aún más la pyme y fortaleciendo el estancamiento en el cual hoy estamos insertos.

Pero para generar una propuesta diferente, una retórica con un vocabulario diferente, debemos generar un diagnóstico diferente. Y eso es lo que creo que a la izquierda, en la dimensión económica, nos falta.

Ya varias investigaciones nos permiten hacer un diagnóstico diferente del estancamiento económico e intentar entender de forma diferente el actuar del mundo privado y empresarial.

Tradicionalmente se entiende en la discusión pública que el mundo privado crea valor. Por tanto, si se desregulan los criterios para la inversión, van a crear más valor en la sociedad. Pero cuando uno analiza el comportamiento de los grupos económicos, particularmente en el caso chileno, uno va a encontrar que hay un quiebre sustantivo entre sus tasas de ganancia y el tipo de inversión que realizan en el tejido productivo nacional.

Gran parte de la evolución de la ganancia del capital en Chile no tiene que ver con la creación de valor , sino que con que controlan activos estratégicos fundamentales e infraestructura estratégica de nuestra economía. O también controlan recursos naturales a partir de contratos que establecen con el Estado. La Ley de Pesca, por ejemplo, es el caso más nítido.

Es decir, logran apropiarse de derechos de propiedad sobre activos escasos y estratégicos, y a partir de ahí cobran una renta. Vean, por ejemplo, el comportamiento de las isapres. El hecho de que las isapres durante una década hayan estado aumentando unilateralmente los planes, aumentando su acumulación de capital en esa dimensión, no tiene como respuesta ningún mejoramiento en los servicios que prestan. 

En último término, las tasas de ganancias que obtienen estas empresas —particularmente los conglomerados— responden a la extracción de renta: la especialización exportadora en base a productos con muy bajo valor agregado o el control del poder de mercado que ejercen sobre la infraestructura pública o sobre servicios y prestaciones sociales. Ahí está el núcleo de la acumulación de capital. Y aumenta esa ganancia en el contexto de un estancamiento económico. Ese es un ejemplo digno de una acumulación rentista.

Contrastemos eso con el esfuerzo que hace nuestra economía en I+D: un 0,3% del PIB, más o menos. Un tercio de eso lo aporta el mundo privado, los otros dos tercios el mundo público. O sea, con una bajísima inversión en I+D, con una débil diversificación en nuestra canasta exportadora, con una fractura radical entre la gran empresa y la pyme, en ese tipo de orden económico no hay posibilidad de retomar un crecimiento, sino que se requiere de una estrategia pública que busque poner énfasis en la creación de valor. Y en la creación de valor con un rol activo del Estado. Y acá creo que hemos dado gestos bien importantes desde el gobierno como izquierda.

La estrategia nacional del litio, por ejemplo, va en camino a eso. Cuando decimos que el Estado va a participar y a tener mayoría en la junta directiva de la principal empresa productora de litio, es un paso muy importante, al margen de las discusiones que se puedan dar. Pero es lo más cerca que hemos estado de la chilenización de uno de los principales minerales críticos que va a ser demandado fuertemente por las economías desarrolladas.

Cuando se dice que vamos a generar un instituto nacional del litio, también es una excelente noticia, porque le da al Estado un rol clave a la hora de estimular una producción de litio que escale en la cadena de valor (por ejemplo, autos eléctricos, componentes de baterías de litio, etc.). Creo que es un gran paso adelante que debemos decir con orgullo: como gobierno hemos logrado que, cuando termine este período, tengamos avances importantes. También creo que todavía queda por hacer. 

Creo que hay que fortalecer mucho más el rol activo del Estado en establecer políticas industriales mucho más intensivas en diferentes áreas. Esto incluye a mi modo de ver, por ejemplo, rediscutir acuerdos comerciales. Podemos discutir eso en otro tipo de espacios, pero implica, por supuesto, tener una nueva agenda también en materia regional. No se puede obviar el tema de las políticas industriales sin una estrategia regional de desarrollo. 

Hoy día, por ejemplo, en materia de los productos que exportamos, establecer encadenamientos regionales, por ejemplo con Brasil, en materia de autos eléctricos, de componentes automovilísticos y la transición verde. Creo que hay mucho que hacer para fortalecer una integración regional que no solamente pueda colaborar en ese proyecto, sino también crear nuevas capacidades productivas a partir de ir escalando en la cadena de valor en el sector eléctrico y automotriz, en el que Chile hoy en día está avanzando bastante.

Eugenio Rivera

Tengo una presentación más bien del tipo estrategia de largo plazo, pero voy a decir algo breve respecto del tema de la estrategia económica. Coincido con José Miguel en que este gobierno ha hecho grandes avances en materia de políticas de desarrollo. Efectivamente, uno puede decir que tal vez no tenemos un nuevo modelo de desarrollo, pero se están echando las bases para ello, y hemos tenido que cambiar ideas. Por ejemplo, la empresa nacional del litio que tenemos no es igual a la que imaginábamos al principio, pero, de hecho, el Estado hoy día controla el litio, donde -como ustedes sabrán- Chile es el segundo productor en el mundo, después de Australia. De hecho, ellos tienen una desventaja respecto a nosotros: aquí nosotros elaboramos mucho el litio, y se están abriendo actividades para producir baterías o partes de baterías. En ese sentido, tenemos un gran avance en ese campo. Está el Instituto de Estudios del Litio. Hay varias cosas, y en ese sentido creo que el balance, la herencia en ese campo, empieza a ser muy importante.

Quería agregar, sin embargo, una pequeña evaluación respecto al tema de la estabilización económica. Porque, digamos, hay muchas voces críticas que dicen que el gobierno “se dejó llevar por el Banco Central”. Creo que, desde el punto de vista económico, era fundamental controlar los graves desequilibrios que se habían heredado de las otras administraciones. Pero además es necesario hacer una consideración política. No es lo mismo cuando un gobierno de derecha genera desequilibrio económico. Para la izquierda, es mucho más complicado, porque ya hay una cierta idea de que la izquierda no es capaz de controlar adecuadamente la economía. Entonces, cuando se empiezan a escapar las cosas, la posibilidad de que se descontrole totalmente la situación por interacciones negativas entre economía y política es inevitable. 

En ese sentido, el hecho de que se haya estabilizado la economía, que se hayan generado las condiciones para volver a crecer, pero ya no solo con una base económica como la que teníamos antes, sino que con una estrategia de desarrollo que articula nuestros recursos naturales con las grandes tendencias a nivel global, es una cosa que se me hace muy importante destacar. 

La pregunta que se hacía (¿de qué hablamos cuando hablamos de socialismo?) es amplia y se podría abordar de muchas maneras. Me pareció interesante decir que cuando estamos hablando de Chile, sus problemas y desafíos, en realidad estamos hablando de algo muy similar a lo que se está hablando en el resto del mundo. Estamos hablando de un embate de la ultraderecha. Y Estados Unidos es la punta de lanza de la extrema derecha que está cambiando la idea de la política, en Europa está pasando algo parecido. En eso me gustaría partir con una reflexión sobre la política. 

Hay un elemento fundamental que repensar. Nosotros en la izquierda tenemos una perspectiva bastante racionalista a la hora de evaluar la política y en ese sentido las cosas simplemente nos sorprenden. Y una primera cosa que quiero llamar la atención es la idea de las emociones como un elemento central que debemos abordar. Siempre hemos pensado que la decisión democrática es un cálculo racional de intereses. Pero la polarización que vive Chile y el mundo nos deja en evidencia que están involucrados otro tipo de problemas. 

Acaba de aparecer un libro de Augusto Varas que se llama “Las Constituciones del miedo”, donde hace un análisis del periodo 2019-2023 que deja en evidencia que la forma en cómo se enfocaron los procesos constituyente estuvo muy determinado por lo que llama las crisis derivativas.  La manera cómo la derecha recibió el primer proyecto constitucional de alguna manera revivió la situación que habían vivido en el momento de la reforma agraria entre los años 67 y 73. No era solamente que se le estaba expropiando el patrimonio, sino que su modo de vida y eso es un tema que permanece. Naturalmente desde la izquierda los 17 años de terrorismo de Estado nos marcan en nuestra vida política, en nuestra percepción. Por eso hay que repensar las emociones en política, pero no de manera simplista y propagandista, sino que en relación a cómo eso aparece en la vida de las personas.

Un segundo punto. Me parece que lo que decía Pierina sobre la lucha por el tiempo libre es una cuestión fundamental desde el punto de vista de los sectores populares. Lo que quisiera decir es que estamos viviendo un momento que un autor alemán llama la “aceleración”. De alguna manera estamos con la aceleración producto del cambio técnico y social. Estábamos acostumbrados a que los cambios se dieran por generaciones. Se necesitaba que pasara una generación entera para que cambiaran las condiciones. Ahora en una breve vida cambian constantemente las condiciones a las que estamos expuestos. ¿Cuáles son las consecuencias políticas que esto plantea?  

Aquí traigo a colación a Daniel Innerarity, un filósofo político español, quien ha reflexionado sobre el impacto de estas transformaciones tan radicales en todos los ámbitos. Y ha dicho que vivimos en un mundo caracterizado por la volatilidad electoral, la imprevisibilidad, la indeterminación y la desintermediación en doble sentido. Primero, porque los partidos no logran mantener vínculos fuertes con el electorado, pues cambian tan rápido las circunstancias y de manera tan multifacética que los partidos sufren una desconexión estructural. Entonces, cuando pensábamos en la organización popular tradicional, en la junta de vecinos, en los sindicatos, estos son solo una parte de todas las necesidades de organización que se viven. A ello se suma que la sociedad moderna está muy fragmentada, y por tanto la pregunta es cómo nos relacionamos con la mayoría no organizada de la sociedad Y, por otra parte, porque estos cambios ocurren muy a nuestras espaldas. 

Innerarity dice también que la corrupción es muy complicada, al igual que la incompetencia. Pero también dice, con todo lo importante que son esos problemas, que la amenaza crucial es la simplicidad, la que define como una inadecuación conceptual para adaptarse a las transformaciones del mundo contemporáneo y como una práctica política que beneficia a quien mejor se maneje en el combate por la simplificación, siendo el caso más radical el de Trump. Pero ese es el mundo en el cual vivimos y en el que como Frente Amplio e izquierda tenemos que operar. Y eso implica que tenemos que mirar una serie de elementos que están ocurriendo y que no logramos aún conceptualizar de manera adecuada.

  1. Agradecemos a Claudio Calabrán su importante trabajo para producir el material del foro.
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