Nicole Darat, filósofa feminista chilena, publicó durante el año 2023 un libro titulado “Contraciudadanía y democracia feminista” (Ediciones Metales Pesados). En las siguientes páginas conversamos sobre algunos de los principales temas que aborda en el libro, también en diálogo con importantes desafíos que hoy se plantean al feminismo y las izquierdas1.
Quisiera partir con algo que mencionas en la introducción del libro. Tras el plebiscito de 2022 se instaló una crítica hacia los feminismos o las agendas de género por su supuesto límite para avanzar en una agenda más amplia de profundización o de transformación democrática. ¿Cómo ves esas críticas? Me da la impresión de que están en el trasfondo también de tu esfuerzo de discutir la relación entre feminismo y democracia.
Sí, tiene que ver con el contexto del libro y también con la experiencia de moverse entre la academia y la militancia o los activismos, en espacios con movimientos y partidos que son diversos y tienen agendas más amplias que la propiamente feminista. Evidentemente ahí surgen esas inquietudes y ciertos diagnósticos. Pero también sobre todo algunas columnas que empezaron a aparecer después del plebiscito cuando gana el “Rechazo” e instalaron esa reacción rápida de echar la culpa a ciertas agendas que se denominaron “identitarias”. Entendiendo el feminismo como una agenda identitaria más, que tendría que ver con empujar demasiado los derechos de las mujeres frente a otras agendas supuestamente universales. Como si se tratara de algo así como de un juego de suma cero, en el sentido de que si empujamos los derechos de unos, lo hacemos en desmedro de los derechos de otros. Y eso es una trampa que hay que evitar.
Ahora, hay algo que quizás está en juego, más allá de una cantidad estanca de derechos que habría que repartir para un lado u otro. Creo que se trata más bien de cómo ganamos las simpatías públicas. En el fondo las críticas han ido más bien en la primera dirección y quizás habría que poner el foco en esta segunda, en cómo generamos simpatías y en qué sentido el feminismo puede generarlas o no, y cuál es el efecto que estas simpatías pueden tener respecto de la necesidad que tiene la izquierda de ir avanzando en agendas de derechos.
Sospecharía de cualquier agenda que se pretenda como universal sin cuestionar cómo se construye el universal. En el fondo, es lo que ha hecho la teoría feminista desde la Ilustración en adelante. Siempre lo que se ha cuestionado es —por ejemplo— la supuesta universalidad detrás del sujeto de los derechos del hombre. Entonces ese es el primer gesto, preguntar qué son esos derechos universales frente a los cuales nos están queriendo confrontar. Siguiendo esta idea, diría que la agenda feminista no es una agenda particularista frente a una agenda universalista de los derechos del hombre, sino más bien (me gusta entenderlo así, quizás desde otros feminismos se puede entender diferente) como un líquido revelador de las injusticias que pasan un poco inadvertidas cuando se tiene un enfoque universal.
Me parece que la propuesta de la Convención Constitucional de 2021-2022 tenía algo muy interesante para el feminismo que era la apuesta por una igualdad sustantiva.
Yo diría que esa es la apuesta feminista, la apuesta por la igualdad sustantiva. Y eso no solamente atañe al feminismo, sino que también a la vieja cuestión de la izquierda que es la clase. Uno puede decir que estamos yendo al corazón de la apuesta democrática de la izquierda al hablar de igualdad sustantiva.
Es lo que Marx criticaba respecto a los ideales de la Revolución Francesa que suponían una forma de emancipación abstracta, y el feminismo está en esa misma línea, en la idea de la igualdad sustantiva, dotar de contenido al concepto de igualdad, a la libertad, a la emancipación. Y no como un conjunto de apuestas particulares por una lista de derechos, sino entenderlo en la foto más amplia donde es parte de la apuesta de la izquierda por la igualdad sustantiva.
A propósito de este problema de generar simpatías o adhesión, podríamos pensar que la apuesta por la igualdad sustantiva supone de manera necesaria tensionar privilegios existentes. ¿Cómo crees que conecta esto con uno de los conceptos centrales que trabajas en el libro, el concepto de “impugnación”, parte de lo que llamas “contraciudadanía” en las prácticas políticas feministas? En breve, ¿cómo se genera adhesión a través de impugnar?
Es una buena pregunta. Sí, el concepto de impugnación es efectivamente muy importante en el libro, porque en el fondo el título de “contraciudadanía” es plantear la ciudadanía a partir de los ejercicios de impugnación. Efectivamente, un ejercicio de contraposición, de impugnación no puede ser (y aquí aludo a algo que dice Bonnie Honig) no puede ser un ejercicio permanente. Es inviable para las personas que están involucradas en estos procesos de profundización democrática o incluso de resistencias infrapolíticas. Es difícil mantenerse continuamente en un ejercicio de contraposición. Hay que entender también que no son ejercicios permanentes, sino que vienen y van, con momentos de mayor intensidad y de mayor contracción.
¿Cómo puede eso generar simpatía? Creo que hay que saber enganchar con el descontento y con los dolores cotidianos. Quizás el mejor momento de la de la revuelta de octubre del 2019 fue cuando marchamos y sabíamos que estábamos enganchando con los dolores de las personas. Entonces había un momento, digamos, de impugnación democrática que conectaba muy bien con el descontento de las personas. Pero, de nuevo, eso no puede ser un estado permanente. Eso produce desgaste en las personas que están menos involucradas, pero también en las que están más involucradas.
Diría que el mayor desafío es cómo ir traduciendo esa impugnación en prácticas democráticas que funcionen en la política normal. Eso es también otra de las cosas que me llama mucho la atención y que trato de explorar en el libro. Tiene que ver con cómo nos relacionamos con la institucionalidad, en un sentido amplio. No solamente me refiero al Estado.
En general, uno podría pensar que las prácticas de impugnación generan simpatías cuando hacemos el ejercicio también de tratar de conectar con los malestares cotidianos. En cómo las grandes banderas conectan y deberían conectar con los malestares cotidianos. Ahí está esa famosa consiga feminista: “Lo personal es político”. El juego del feminismo es pasar desde ese malestar personal (que nos intentan convencer de que se puede resolver de manera individual y privada) a su politización. En ese contexto de politizaciones habría que mirar hacia el ejercicio de la política feminista.
A propósito de que la impugnación no puede ser permanente, en el libro hablas también del necesario lugar de las instituciones con la imagen del “retorno a la polis”. No obstante, también criticas el modo particular en que se institucionalizaron las políticas feministas en la posdictadura en Chile.
Eso también lo tomo en parte de Bonnie Honig que habla del “arco del rechazo”, en un libro muy bonito que se llama A feminist theory of refusal. Parte con un primer momento que es un momento de pura negación, rehusar hacer las tareas que uno tendría que hacer en la polis. Luego un segundo momento es irse de la polis a otro lugar, ensayar una política nueva, nuevos usos del cuerpo, nuevas relaciones. Y un tercer momento es el retorno. Me parece muy interesante porque en la historia del feminismo los feminismos autónomos han quedado en esa segunda fase, en la retirada y la experimentación, pero más bien han desdeñado este tercer momento del retorno a la polis.
Creo que ese momento de la experimentación es imprescindible para poder hacer las cosas de otra manera. No digo que todas las feministas tengamos que retornar a la polis en el sentido de que todas tengamos que ser candidatas. Pero sí podemos estar involucradas, por ejemplo, en la revisión, en la crítica en todos los espacios de participación o pugnando por abrir espacios de participación. O en la evaluación, la crítica y la construcción de políticas públicas, empujando políticas que no existen todavía. De alguna manera, apoyando estratégicamente procesos donde se vea que hay chances de impulsar esas políticas que deseamos. Esos procesos hay que acompañarlos, ir empujando que sean más de lo que podrían ser, entendiendo que probablemente nunca van a ser completamente lo que uno se imagina. En esta segunda fase de imaginación me gusta mucho un concepto que hemos usado con mis compañeras de la colectiva Ruta Feminista. Hablamos de la “imaginación política feminista”. Me parece que un espacio de creación de imaginación política feminista es clave para poder darnos un marco más amplio a la hora de pensar ciertas políticas públicas que son críticas.
Y, de nuevo, en el entendido de que nunca se van a ajustar completamente a nuestros deseos, sino que empujar lo más que se pueda, entendiendo las limitaciones de la institucionalidad y las propias negociaciones que ocurren dentro de la estructura institucional. Creo que muchas veces los feminismos más autónomos ven mal la cuestión de la negociación y creo que es algo relevante. O sea, cómo trabajamos y fortalecemos nuestra capacidad negociadora, tanto a la hora de enfrentarnos a la institución como en nuestras relaciones íntimas.
Ahora, ¿cuáles fueron los puntos críticos de la institucionalización del feminismo en posdictadura? Creo acá se renunció muy rápido a la imaginación política feminista. En retrospectiva, claro, era un contexto de una institucionalidad muy frágil, pero creo que nos sirve como lección también. En ese momento el concepto de “género” se utilizó como moneda de cambio para sacar al feminismo de la escena. Se trató de eliminar la conflictividad, desplazar de la escena de la negociación a los actores que eran más conflictivos y el feminismo aparecía entre ellos.
Cuando trabajas la tesis de Nancy Fraser del giro hacia el reconocimiento y sus consecuencias en el movimiento feminista, propones una contextualización que se interroga por la validez de este diagnóstico para el movimiento feminista chileno. Te pregunto, además, por la importancia de ese ejercicio de traducción a nuestro contexto de ciertas discusiones que hoy circulan sobre los feminismos o la izquierda.
Sí, en ese capítulo tomo a Nancy Fraser y también la refutación que hace Verónica Schild, teórica chilena, que ya formula esta crítica. Básicamente porque en Sudamérica no ocurrió esa complicidad del feminismo de la segunda ola con la destrucción del Estado de bienestar, acá nunca hubo ese momento, en los setenta fue la dictadura. Es importante esta contextualización porque evidentemente no podemos hacer diagnósticos sin tener elementos de contexto y de nuestra propia historia del movimiento feminista. Si no tenemos buenos diagnósticos, vamos a fallar en cualquier tipo de acción que queramos hacer.
Sin embargo, otro elemento importante es que el feminismo es un internacionalismo. En buena medida los avances que ocurren en otros países y los retrocesos también nos afectan. Por ejemplo, lo que pasó con el triunfo de Milei es muy relevante porque en el contexto de los derechos reproductivos sexuales el movimiento de la marea verde de Argentina había sido una punta de lanza para el feminismo latinoamericano. Entonces ocurre esto en Argentina, lo que llama a prender las alarmas e identificar los elementos de riesgo y los elementos protectores que tenemos o que habría que fortalecer en nuestro propio movimiento feminista para evitar un retroceso, un backlash del tipo que podría ocurrir en Argentina.
Entonces sí, el contexto es muy importante, qué cosas compartimos globalmente o en Latinoamérica, pero también cuáles nos diferencian. Por ejemplo, si uno compara con España, allá la huelga feminista tiene tanto éxito porque tiene un movimiento sindical fuerte, hay un nivel más alto de sindicalización. Entonces, cualquier huelga tiene una capacidad de movilizar mucho más masiva que acá. Dar cuenta de la imagen más amplia, pensando entre feminismo e instituciones, también hace posible mirar esto.
En relación con la institucionalidad, otro tema importante que aparece en el libro (a propósito, entre otras, de la reflexión de Julieta Kirkwood en Ser política en Chile) es la relación entre feminismo y las izquierdas, con los partidos de izquierda. Te lo pregunto en especial en relación con las nuevas izquierdas en Chile.
Sí, efectivamente lo que uno podría denominar como nuevas izquierdas tiene que ver (dicho en los términos de Nancy Fraser) con la ampliación de que la injusticia no es sólo la explotación económica, el eje de la clase, sino también hay otros ejes de explotación. Aparece la cuestión de la interseccionalidad o de la imbricación de las opresiones. Entonces, efectivamente la nueva izquierda entiende que hay otras formas de injusticia, a las cuales habría que añadir también la dimensión ecológica. Todos ejes que ejercen presión sobre la clase, eje en el que la izquierda tradicional se sentía más cómoda. Por ejemplo, la catástrofe ecológica también ejerce presión sobre la forma típica del sujeto político de la izquierda que era el trabajador sindicalizado. O sea, qué tipos de sindicalización o qué tipos de trabajo todavía pueden tener sentido en un contexto de devastación ecológica. En un contexto de automatización, de destrucción del trabajo. Hay un montón de transformaciones que van cambiando el mapa de la izquierda y pretender que su discurso se sitúe únicamente en el eje de la clase, solamente puede hacer que su diagnóstico sea menos claro.
En Chile, efectivamente el 2011 empieza a fraguarse una nueva izquierda institucional. Podríamos decir que lo que hoy es el Frente Amplio es esa izquierda que emerge con fuerza el año 2011, obviamente venía de otra de otras configuraciones pero que se consolida con mucha fuerza desde ahí y que opta por una vía institucional como guía de transformación. Creo que en la conformación del Frente Amplio las discusiones en torno a los diagnósticos feministas para la izquierda fueron muy interesantes. Se podría quizás tener una cierta mirada crítica sobre en qué decantaron finalmente esas discusiones en las conformaciones de los de los partidos o preguntarse qué lugar van tomar las discusiones feministas en la conformación del partido del Frente Amplio. ¿Qué escucha va a existir para lo que llamo la “impugnación feminista”? Creo que eso es clave.
Después del plebiscito del 2022, en general se da una contracción de la imaginación política feminista. Entonces, ¿en qué lugar de negociación están las feministas dentro del Frente Amplio para empujar la discusión? Creo que eso es clave, la fuerza que puedan tener las feministas que están al interior del Frente Amplio en relación con la potencia feminista en juego a la hora de elaborar una tesis política. Volvemos con eso a la cuestión de las posiciones de negociación. Espero que puedan tener la mayor capacidad negociadora posible para penetrar en las tesis políticas, porque es clave para la configuración de los escenarios políticos, para quienes simpatizamos y tenemos nuestros afectos puestos en la izquierda, que una idea de igualdad sustantiva sea clave dentro del diagnóstico y la estrategia.
Ya para cerrar, además de la igualdad sustantiva, en el libro dedicas mucha atención a un valor que —si seguimos el diagnóstico de Wendy Brown, por ejemplo— ha sido más bien expropiado del lenguaje de las izquierdas, esto es, la libertad. En diálogo con la tradición política republicana propones la “libertad como no-dominación” como núcleo del feminismo. ¿Cómo entiendes esta idea y su significado en un contexto en que las nuevas derechas reivindican con fuerza la libertad?
Claro, la libertad como no-dominación y la libertad como no tener que pedir permiso. Me parece que son dos nociones claves para entender a la libertad como no estar sujeta al arbitrio de alguien y que la dominación se entienda como el ejercicio arbitrario del poder sobre otra persona. Y sí, me parece que el concepto de libertad es un campo de disputa muy importante con la nueva derecha. Porque ¿quiénes ganan cuando la libertad se traduce únicamente en libre mercado?
¿De dónde proviene eso? Es la descomposición del ideal más liberal de la libertad como libertad negativa, es decir, como ausencia de interferencia a secas. Hay una descomposición que hacen las nuevas derechas al convertir la libertad únicamente en libertad de mercado, sin mayor compromiso con cualquier otra forma de libertad. Milei quiere prohibir, por ejemplo, el uso del lenguaje inclusivo en la escuela. ¿Qué clase de libertad es esa? Finalmente, tampoco trata de eliminar cualquier tipo de interferencia, quiere eliminar las interferencias en el mercado y mantener en los otros aspectos de la vida toda la interferencia posible.
A veces lo que hacemos desde la izquierda es decir: “Estos términos están demasiado ocupados por la derecha y los vamos a abandonar, vamos a considerarlos como una mala palabra”.
Creo que la libertad nunca puede ser una mala palabra y a veces en la izquierda hemos renunciado demasiado rápido a la libertad. Y sin la libertad no podemos pretender ningún horizonte emancipatorio.
A veces se tiene miedo a que hablar de libertad sea individualista. Pero la individualidad no es individualismo, en el sentido del atomismo social, la individualidad es también parte importante de cualquier horizonte emancipatorio. Hay que entender que cualquier desarrollo individual supone que somos seres que estamos en continua relación y afectación unos con otros. En esa comprensión de nuestra existencia social como seres vulnerables, afectados, co-dependientes, la perspectiva feminista puede hacer su aporte más crítico a la lectura de la izquierda precisamente en este punto.
Creo que no hay que renunciar a la libertad, seguir pugnando por una idea de la libertad como dominación atendiendo a que el concepto de dominación es suficientemente amplio para entender que existen múltiples formas. El patriarcado, la explotación económica, el racismo son formas de dominación. Entonces cuando hablamos de libertad como no dominación podemos abrir una puerta para entender la necesidad de ir construyendo una forma de lucha conjunta. Obviamente no es fácil ni automática, tampoco una traducción instantánea. Tiene que ser producto de una construcción conjunta, una negociación que puede ser tensa y con sacrificios mutuos de ciertas cuestiones. Pero muy necesaria y urgente.