Este texto se ocupa de algunas maneras en que la incertidumbre, propia del tiempo que vivimos, se cuela en los sentidos que tenemos sobre la política y la sociedad, así como de las características de la inestabilidad que define la vida en Chile. Hacia el final, se reflexiona sobre el papel de la imaginación de la izquierda en medio de este contexto desafiante, explorando vías de acción y respuesta.
I Urgencias, negacionismos e imaginarios en deuda
El sentido de urgencia es, sin duda, una de las grandes marcas del tiempo que vivimos. Atraviesa las emergencias cotidianas, los diagnósticos sobre el estado de la sociedad, las posibilidades de que el mundo como lo conocemos siga existiendo. Son urgencias que tienen asideros concretos en varias crisis simultáneas: la crisis de la organización neoliberal del capital, por ejemplo, que desde 2008 ha puesto en evidencia sus propios límites, sobre todo en la reproducción social de la vida; o la crisis climática y las emergencias asociadas, entre otras. Estas crisis, que se instalan a fines de la primera década del SXXI a la fecha, son el telón de fondo en que se ubican experiencias recientes de la catástrofe: la pandemia, las guerras y la violencia como rasgo de una “nueva normalidad”. En medio de todo, las instituciones de lo común atraviesan lo que podemos nombrar como desconcierto democrático. Pese al ocaso del modo neoliberal de organizar la economía, la política y la sociedad, aquello que llamamos “el modelo” sigue funcionando. Pero con poca capacidad de producir legitimidad e imaginarios sobre el futuro.
Aunque la crisis de legitimidad y las tensiones más agudas de los sistemas democráticos son relativamente recientes -al menos en su notoriedad- lo cierto es que las transformaciones en torno al futuro tienen algo más de tiempo. Para no repetir a Fukuyama, vale citar aquí a Jorge González que en 1994 cantaba: El futuro se fue / yo no existo en el mañana, yo no existo en el ayer, yo no lloro por lo que vendrá, no me sirve lo que fue. Este día es lo que tengo y se llama hoy. En ese disco, González da cuenta de la manera en que organizó el tiempo el momento expansivo de la globalización. El horizonte de progreso era menos una promesa de futuro lejano a construir y más una idea de presente perpetuo del que todos podíamos participar. Algo así como el futuro es ahora. En un mundo cada vez más conectado, por la aceleración del cambio tecnológico y la nueva organización del comercio internacional, las promesas y fantasías sobre el futuro estaban cerca. Y para los países “en vías de desarrollo” era menos un tiempo y más un lugar al que llegar: el desarrollo como promesa de disfrute, libertad y realización a través de la integración en los grandes mercados. La época dorada de la transición democrática es un buen ejemplo de esas promesas.
Estas ideas, quizás repetidas para algunos, tienen sentido acá porque permiten entender nuestra relación con el futuro en medio de las crisis de la actualidad. Y es que, tal como señala la filósofa catalana Marina Garcés, lo que aparece cuando se caen las promesas del presente perpetuo del proyecto de la globalización, no es un retorno al pasado o una regresión propiamente tal. En cambio, se trataría de lo que la autora llama condición póstuma. Es decir, un no-tiempo. O el tiempo en que todo se acaba. (Garcés, 2017)
Cualquier conversación sobre la sociedad, también de la política, lleva algo de eso: se cuentan las dificultades como si viviéramos al borde del abismo. Son interpretaciones totales que se leen en los acontecimientos de la contingencia, en el mayor escándalo político desde el escándalo político de la semana pasada tal como ironiza Malaimagen. También aparece en las noticias, en las que las notas sobre los desastres ambientales que se avecinan se alternan con la presencia de nuevas mafias en Chile y el impacto de la crisis climática en los microorganismos, con proyecciones poco auspiciosas sobre la salud. Recientemente, a propósito de la crisis desatada en Ecuador, las encuestas de opinión incorporaron la pregunta: ¿cuán probable considera que pudiera ocurrir en Chile lo que está pasando actualmente en Ecuador en relación a la rebelión del crimen organizado?. La crisis ambiental, las dificultades del sistema político y los cambios abruptos en la criminalidad son todas urgencias reales. Pero lo que aparece en estos relatos es su proyección futura como profecía. (Garcés, 2023)
Algo parecido plantea Daniel Inerarity (2020) en su trabajo sobre las democracias complejas. Allí, el autor señala que ante la dificultad de interpretar con categorías históricas propias las claves de la incertidumbre actual, las explicamos como repetición de amenazas pasadas. Su reflexión sirve para pensar lo que decimos sobre los fascismos, lo hemos hecho con más o menos humor para referirnos a los vaivenes y paradojas de los resultados electorales de los últimos años, pero también para hablar de la vida cotidiana. Recuerdo un titular –local e internacional- en medio de la pandemia: Post pandemia: ¿de regreso a los locos años 20?1. O uno más reciente aún: el uroboro (serpiente que se come la cola, formando un círculo) instalado luego del plebiscito del 17 de diciembre en la estructura que antes ocupó el general Baquedano.
Catástrofes y urgencias proyectadas a un futuro que se piensa como abismo; amenazas repetidas, reveses políticos que se dicen como retorno al punto de partida. Estos repertorios sobre las dificultades actuales, aunque quieran decir fuerte la fragilidad que nos atraviesa, hacen las veces de un negacionismo colectivo. En el sentido de instalar certezas pasadas o proyectar el futuro como catástrofe conocida, allí donde la realidad nos exige comprender las particularidades de las urgencias del presente. Así, a la imaginación política como un saber hacer, juntos, con la historia viva, le queda poco margen.
Sobre las maneras del no-tiempo o de los vaivenes que no se resuelven en Chile, se ha dicho últimamente que a pesar de que hay, en la sociedad y en el debate público, mucho ruido o incluso un ritmo frenético, atravesamos una especie de parálisis, no pasa nada. Esta, quizás sea una idea pertinente para analizar el desarrollo de la política en algunos ámbitos, en los efectos que tiene la volatilidad electoral en la capacidad de los actores políticos para llevar a cabo sus agendas, entre otras. Pero pasan cosas, hay incluso mejoras importantes impulsadas desde las instituciones lideradas por los progresismos. Hay otras que restituyen parte de lo perdido en la pandemia. Pese a las grandes urgencias que atraviesan la vida, el mundo sigue existiendo y las personas siguen haciendo lo que pueden en él: la vida sigue. Si los comentarios en torno a la parálisis de nuestra convivencia no satisfacen del todo las preguntas sobre este no-tiempo en las conversaciones sobre la sociedad y su relación con la política, ¿qué nudos críticos podemos identificar, aunque sea preliminarmente, en torno a la imaginación política en Chile?
Decíamos al principio que, pese a lo indiscutible de las grandes crisis que atraviesan a la humanidad, eso que llamamos “modelo” sigue operando, pero con poca legitimidad. Lo que resta es inercia, como continuidad de facto de lo existente. Y en la simultaneidad de las crisis, legados de las catástrofes y un conflicto político abierto luego del estallido que -de momento- no encuentra un cauce estable en el tiempo, esa inercia toma la forma de una emergencia constante, una inercia de la excepción como norma2. Aunque de manera exploratoria, considero que ahí se juega un nudo clave para la imaginación política desde las izquierdas.
Y es que en la exigencia de una excepción constante, los sentidos, prácticas políticas y respuestas institucionales -las exitosas y las que quedan en el camino- encuentran dificultades para abrirse paso, desde el presente, como alternativas de futuro. Algo parecido puede decirse sobre la interpretación y organización del conflicto social.
Además de esa inercia de época, es posible identificar como nudo crítico para la imaginación lo que hacemos con las categorías y repertorios para interpretar lo que pasa en la sociedad. Como reiteración pasada o con interpretaciones totales, al menos en dos ámbitos claves. En primer lugar, en la dificultad para explicar lo que pasa con las derechas radicales, su eficacia electoral o penetración cultural. Es cierto que hay mucha repetición de violencias conocidas en nuestra historia, y que su instalación como dato estable en los sistemas políticos es una amenaza de retroceso en muchos ámbitos. Pero nuestra insistencia, legítima, en esas certezas conocidas a ratos dificulta comprender lo nuevo de ese conservadurismo, lo que movilizan como oferta de futuro, el que sea. El segundo ámbito es el de los diagnósticos sobre la sociedad, especialmente en su relación con la política. Pienso en las radiografías de las encuestas -muy útiles para la toma de decisiones en algunos ámbitos- o en los análisis del comportamiento electoral. ¿Qué nos dicen las afirmaciones sobre las tendencias antipolíticas sobre la relación de esta sociedad, en este momento, con la actual configuración del sistema político? ¿Qué señala el debilitamiento de las preferencias por los regímenes democráticos respecto a las deudas de nuestra democracia con la ciudadanía en la actualidad? ¿Es útil la idea de sujeto o subjetividades neoliberales para comprender lo que pasa con nuestras maneras de relacionarnos? Antes que respuestas definitivas, toca poner en pausa algunas de esas ideas e intentar escuchar de qué se trata la inestabilidad e incertidumbre en las maneras de vivir en Chile.
II Sobrevivencia y vaivenes en las maneras de vivir en Chile
¿Qué desafíos atraviesa la normalidad de la vida cotidiana hoy? De los muchos existentes, parece necesario partir por aquellos en donde se juegan, en mayor medida, los límites de lo que podemos llamar las lógicas sistémicas.
La recuperación económica post-pandemia parece encontrar su punto más crítico en el mercado laboral. El impacto cayó sobre un país que acarreaba problemas estructurales de calidad del empleo hace bastante tiempo. Según el análisis que realiza la Fundación Sol a partir de la Encuesta Nacional de Empleo del INE indica un 21% de subutilización de la fuerza de trabajo y en concreto 2.288.625 personas presentan problemas de desempleo formal, parcial o potencial. Además del total de personas ocupadas sólo un 28,3% cuenta con empleo protegido y el 87% del empleo recuperado respecto de la pandemia es informal o endeble. (Fundación Sol, 2023).
Aquí la deuda viene a palear, a costa de trabajo futuro, lo que el trabajo presente no cubre. Eso al menos en el 70% de los hogares del país, que deben endeudarse para cubrir gastos de consumo.
Otro fenómeno que ocupa el centro de las preocupaciones de sobrevivencia es la violencia asociada a las economías informales del narco y el crimen organizado. El instituto Milenio VioDemos caracteriza como democracias violentas, estas deudas pendientes de las democracias latinoamericanas con las promesas de paz y equidad. En nuestro país lo más notorio ha sido el aumento de los homicidios y la instalación de patrones criminales más violentos como la trata de personas, secuestros y otros. Opera como amenaza a la convivencia y seguridad de la población, al tiempo que crece como alternativa económica lucrativa para parte de ésta. Circula como espectáculo en los distintos medios y plataformas mostrando la extensión de la narco-cultura en las dinámicas de consumo y socialización de la juventud.
Muchas de estas características han sido parte de la larga historia del país. La informalidad, las prácticas que se desarrollan en la frontera porosa de lo legal/ilegal y los sentidos asociados a vivir de la propia suerte, han marcado la relación de chilenos y chilenas con el tiempo, y su manera de organizar el presente y construir expectativas sobre el futuro. En la organización de los diferentes ámbitos de la vida –el tiempo para el ocio, para la familia, la vida pública y el trabajo- la premisa de vivir para trabajar ha estado casi siempre en el centro con un protagonismo de facto. Y la tarea de equilibrar o administrar las tensiones entre los diferentes ámbitos de la vida ha dependido, en buena parte de la historia, de las soluciones prácticas con que los individuos enfrentan el día a día. Incluso en los momentos en que la presencia del Estado ha crecido en garantías y en su rol de intermediación de lo social. (Araujo y Martuccelli, 2012)
En cuanto al lugar del futuro en la identidad chilena, Jorge Larraín identifica en uno de sus trabajos sobre el Bicentenario al cortoplacismo y la imprevisión como uno de los rasgos estables de la identidad nacional. Dado que la inseguridad vital impacta en la capacidad de anticiparse, de saber si se tendrá trabajo, salud o tiempo en el mediano plazo. Así, la confianza en el futuro ha sido siempre precaria y configura una especie de fatalismo que coexiste con ritos, creencias y celebraciones que invitan a vivir el momento. Lo comido y lo bailado no me lo quita nadie, recuerda el autor. (Larraín, 2010).
Ahora, sabiendo que la incertidumbre y la relación precaria con el futuro ha sido parte de nuestra historia e identidad, ¿qué es lo propio de este tiempo? Hay, al menos, tres claves de lectura: los circuitos que han servido para mitigar la insatisfacción en las últimas décadas no funcionan, las promesas que han hecho posible la vinculación de las trayectorias individuales con las de la sociedad están tan rotas o desnudas y, en tercer lugar, las transformaciones de los modos de relacionamiento y características del conflicto social en Chile han vuelto difícil anticipar y gestionar las interacciones sociales.
A continuación una revisión breve de los antecedentes en estas dimensiones.
El malestar como sentimiento de insatisfacción con la totalidad de la existencia, por definición no tiene un objeto en el que fijarse, pero puede sobornarse. Sergio Rojas, en su libro ¿Qué hacer con la memoria de Octubre? (2023) explica que el malestar puede aferrarse a un objeto en la medida que se ajusta a una necesidad. Y en ello las dinámicas de consumo y funcionamiento regular de los mercados han contribuido por largos años. No resuelven ni explican el malestar, pero permiten olvidar o postergar algo de esa insatisfacción existencial. El problema estalla o explota, a decir del autor, cuando la situación económica y las posibilidades de consumo no logran mitigar esos sentimientos. En corto: las posibilidades de integración formal vía mercado que sirvieron como carta de ciudadanía en Chile durante las últimas décadas son cada vez más estrechas para una buena parte del país.
Para las capas medias y también los sectores populares que vieron mejoras en sus vidas en las últimas décadas, el temor al descenso social crece en medio de la inestabilidad económica y la desprotección. Allí suelen reforzarse la defensa o invención de jerarquías de estatus y diferenciación social, elevando muros que algunas políticas de inclusión y equidad habían logrado acortar durante las últimas décadas. En otros sectores de la población, lo que la economía formal y las vías tradicionales no pueden “sobornar” como solución a la incertidumbre e insatisfacción, se resuelve echando mano de mecanismos informales para hacer futuro. Decir “en otros sectores” es impreciso, pues no están materialmente tan lejos los unos de los otros. Lo que en las maneras de representar y contar la vida aparece polarizado en el día a día es a veces una pura cosa, salvo para quienes tienen la opción de separarse completamente de lo distinto y lo amenazante que puedan encontrar en la realidad.
El sacrificio ha perdido sentido para una buena parte de la población. Para las nuevas generaciones porque la promesa siempre fue, en parte, otra: de goce y retorno inmediato aunque eso significara una deuda futura. Primero todos, posteriormente todos y todas podíamos ser brokers, emprendedoras, propietarias/os. Las investigaciones de Manuel Canales son ilustrativas en esto. En ellas el autor explica que las generaciones que engrosaron las filas de la educación superior no selectiva llegan al puerto de la nada al final de sus trayectorias educativas, en un mercado laboral que no les ofrece muchas más oportunidades que las que tuvieron sus padres. Se encuentran con casi todas las promesas rotas, con la misma oferta de vivir para trabajar. Mucho sacrificio para vivir de a poco. (Canales, 2022)
Aún así, hay ofertas que siguen en pie: las promesas que el mercado mantiene son para aprender a asumir riesgos. Lo vemos en las prácticas especulativas de siempre, también en los nuevos repertorios de la cultura cripto, en la masificación de las casas de apuesta virtual, en las lógicas de los mercados del narco. Dar el golpe de suerte es comprarse un boleto para arrancar de la inestabilidad o vivir en primera fila la fascinación apocalíptica.
Quizás esta es la forma que tiene en nuestro país lo que Marina Garcés interpreta como crisis de las promesas en el presente. Las promesas como vínculo con otros, como compromiso compartido con el mundo por hacer se viven como un imposible. (Garcés, 2023) Habría que preguntarse de qué manera estas promesas incumplidas atraviesan los vínculos entre generaciones y cómo se actualiza ese fatalismo chileno del que nos habla Larraín.
Lo anterior –las urgencias económicas estructurales y el desplome de promesas compartidas- tiene lugar en un proceso más largo descrito en las investigaciones de Araujo. Específicamente de transformación en las maneras de relacionarse en Chile. Su trabajo en esta materia permite imaginar estas transformaciones como las de un mapa que pierde sus bordes y brújula. El “Noo es que este país…” y el “es que una ya no sabe qué pensar” explican, un poco en broma y un poco en serio, esto que nos pasa. Aparece también en las maneras de hablar de la vida amorosa, con códigos nuevos y con dilemas tan viejos como la humanidad misma. La autora describe la inestabilidad en las interacciones sociales producto de los cambios de percepción de nosotros mismos, de la sociedad y de lo que se espera de los otros. Sin que todavía contemos con nuevos entendimientos válidos, de consenso. Entonces, frente a esa inestabilidad y el no saber muy bien dónde ubicarse, los conflictos en las interacciones con otros, con las instituciones y con nosotros mismos se viven con mayor irritación. Eso puede experimentarse como agobio ante un exceso de ruido, una disposición más confrontacional y una relación más esporádica o instrumental con lo público.
Notas sobre la imaginación3.
Por ahora no hay pie forzado para conclusiones o recetas. En cambio, quedan notas y preguntas para pensar en lo que puede –o no- hacer la política de izquierdas con la potencia de su imaginación en torno a los problemas trabajados en este ensayo: las formas de los no-futuros que hacen parte del sentido de época, y algunas claves sobre la incertidumbre en las maneras de vivir en Chile.
1.- En su ensayo sobre la imaginación, Mary Ruefle cuenta que hay quienes proponen discriminar entre actos imaginativos y actos carentes de imaginación. Lo propiamente imaginativo puesto en lo exótico, lo incomprensible, lo que parece novedoso. Los actos carentes de imaginación serían los actos mundanos. Sin embargo, dice Ruefle, si empujamos los límites de lo mundano se abren nuevas puertas a la imaginación. Usualmente, pensamos los desafíos de imaginación de las izquierdas en los dilemas sobre las utopías. Es una conversación necesaria, pero las declaraciones y principios en torno al socialismo democrático, feminismos y ecosocialismos, pierden historicidad cuando se dicen lejos de las características del presente. Es una deuda larga de las izquierdas. Y en el vacío, esas declaraciones a veces suenan como abstracciones incomprensibles.
Si hay un camino para no renunciar, creo, es inventar -hacer un acto imaginativo con- sus condiciones de posibilidad en este tiempo. Situar los desafíos de la imaginación política en hacer de este presente un espacio vivible, desde el cual construir imaginarios que sean creíbles, que se sientan como propios o se toquen en las nuevas certezas que construyamos para el hoy. Para que el único futuro deseable no sea el del camino solitario de cada quien, toca correr los límites reales de estas catástrofes mundanas, esas que se proyectan como profecía cada vez que el futuro se dice en plural.
Mirar, escuchar y afectarse con las urgencias, miedos, fascinaciones apocalípticas, escepticismos y esperanzas que marcan la realidad de esta sociedad, de estas clases populares con las que se quiere hacer futuro.
2.- Si las derechas radicales y lo que hacen hoy como proyecto cultural no es pura repetición de fascismos pasados, ¿de qué se trata la imaginación que movilizan?, ¿qué tienen de seducción las lógicas de un mercado que actúa con violencia y facticidad?. La relación entre lo nuevo y lo viejo, entre conservación y cambio es compleja, no es unidireccional ni tiene atajos. Por ahora, vale preguntarse qué tanto interpreta a la población la defensa de la democracia como preservación de lo existente, en tiempos en que eso que existe se vive y se cuenta como una vida que no alcanza, un conjunto de promesas rotas y una que otra emergencia catastrófica. O cuáles de las certezas que nos acompañan desde otros tiempos, son posibilidades para nuevas alternativas. Además de esas preguntas, cabrían aquí algunos asuntos prácticos, lo que pueden imaginar las instituciones y los actores políticos en ellas. En cosas que parecen fomes y poco vistosas, como la gestión, la coordinación, la negociación y la flexibilidad. Esas que se necesitan para que las conquistas logradas se sientan como tal. También para salir de la división entre certezas de orden frente a la violencia e inseguridad y las certezas que necesita el fin de mes.
3.- De nuevo Mary Ruefle y el poder de la imaginación que empuja los límites en lo mundano. Aquí con la política de izquierdas y su trabajo en la cultura en un sentido amplio: sospecho que lo que quiere decirse muy distinto, cae demasiado lejos para correr algún límite del mundo común, de lo vulgar que tienen las tragedias, los chistes y las maneras en que la mayoría de las personas resuelven el día a día. La fascinación con lo exótico, cuando se exagera, se parece mucho a no tener sangre en las venas -diría González- y cae en el vacío cuando a la vida que llevamos le sobra extrañeza con la que imaginar.
En una entrevista que dio hace poco Marina Garcés, promocionando su último libro, contaba de su trabajo con grupos de jóvenes. Decía que una de las maneras en que más se repiten las promesas es a las madres y a las amistades: promesas que tienen un quien. De salir adelante, de enmendar los errores, de ser felices, de crear cuidados y condiciones de vida para quienes no las tienen. Escucho lo mismo en algunas letras de canciones de esos géneros urbanos de los que tanto hablamos últimamente, en el humor, en todas las vidas que buscan un segundo plan, algún motor para que no se trate sólo de sobrevivir. Para seguir haciéndose con otros, en medio del caos, del nihilismo o escepticismo. Algo hay.
Referencias:
Araujo, K., & Martuccelli, D. (2012). Desafíos Comunes Retrato de la sociedad chilena y sus individuos Tomo I. LOM ediciones.
Arensburg, S. (2022, 20 de diciembre). Incertidumbre, una posibilidad para imaginar. Conversación con Roberto Aceituno. Palabra Pública. https://shorturl.at/deGZ1
Canales, M. (2022). La pregunta de Octubre. LOM ediciones
Fundación Sol (2023, 29 de diciembre). Informe Mensual de Calidad del Empleo IMCE Septiembre-Noviembre 2023. https://shorturl.at/pPRT3
Garcés, M. (2017). Nueva ilustración radical. Editorial Anagrama.
Garcés, M. (2023). Colapso y promesa. Pensamiento Al Margen. Revista Digital de Ideas Políticas., 18, 51–64. https://shorturl.at/fmCPZ
Innerarity, D. (2019). Una teoría de la democracia compleja. Barcelona: Galaxia Gutenberg.
Larraín, J. (2010). Identidad chilena y el bicentenario. Estudios públicos., 120, 5-30.
Luneke, A. y Luna, J.P. (2023, 13 de octubre). Democracias Violentas. Tercera Dosis. https://shorturl.at/jyMPQ
Michelson, C. (2022). Hacer la noche. Dormir y despertar en un mundo que se pierde. Editorial Planeta.
Rojas, S. (2023). ¿Qué hacer con la memoria de “octubre”?. Ediciones Inubicalistas.
Sanchez, L. (2023, 7 de agosto). Kathya Araujo: la caída del orden. Barbarie. https://shorturl.at/ajAE6
- https://www.latercera.com/la-tercera-sabado/noticia/post-pandemia-de-regreso-a-los-locos-anos-20/RJUGHP6IPJB5BL6D3RY6VCVTOE/
- Pese a lo indiscutible de las grandes crisis que atraviesan a la humanidad, eso que llamamos “modelo” sigue operando, pero con poca legitimidad. Lo que resta es inercia, como continuidad de facto de lo existente. Y en la simultaneidad de las crisis, legados de las catástrofes y un conflicto político abierto luego del estallido que -de momento- no encuentra un cauce estable en el tiempo, esa inercia toma la forma de una emergencia constante, una inercia de la excepción como norma. Aunque de manera exploratoria, considero que ahí se juega un nudo clave para la imaginación política desde las izquierdas.
- Agradezco a Gabriela Alburquenque la lectura, edición y sugerencias para hilvanar las preguntas y temas que recorren este artículo.